Por: Jorge Forero Coronel
Hasta el 16 de diciembre los bombardeos de Israel sobre la Franja de Gaza -un territorio que funciona bajo el régimen de Tel Aviv como un híbrido de apartheid y campo de concentración para más de dos millones de personas-, han producido un saldo de 18.000 personas asesinadas, de los cuales por lo menos 8.000 son niños y 6.200 mujeres (el 44% y el 34% respectivamente del total de las víctimas mortales).
Las operaciones bélicas de alta intensidad y enorme poder de fuego han arrasado centros urbanos enteros, y posteriormente han emprendido acciones de ocupación sobre esos territorios, un aspecto que permite inferir que el objetivo estratégico es colonizar y establecer nuevos asentamientos sobre la base del asesinato masivo, el desplazamiento y el despojo de población civil indefensa.
Las cifras registradas y las imágenes divulgadas sobre la devastación humana que ha provocado esta campaña de exterminio del ejército de Israel sobre el pueblo de Palestina son tan perturbadoras como abominables, ya que expresan los impactos de una operación militar asimétrica e intensa que no discrimina entre objetivos beligerantes y población civil.
Estamos en presencia de una campaña de aniquilación sistemática de una población desamparada (animalizada en la jerga del gobierno de Israel), de una operación de tierra arrasada soportada sin pudor alguno en la transgresión explícita del derecho internacional, en crímenes de guerra y en el desprecio absoluto hacia los derechos humanos y la propia vida humana.
Israel ha ejecutado bombardeos y operaciones militares de infantería -con un saldo de destrucción desolador- en contra de viviendas residenciales (mientras las familias dormían), escuelas, hospitales en pleno funcionamiento, e incluso sobre edificaciones que funcionaban como campos de refugiados, todo esto constituye una franca violación del derecho internacional humanitario (lo que implica un incumplimiento de los propios códigos de las guerras).
El ejército bajo las órdenes del régimen sionista de Tel Aviv -cabe señalar que el sionismo es una ideología supremacista equiparable en sus postulados al nazismo-también ha restringido el abastecimiento de alimentos y medicinas; y ha fanfarroneado -como si se tratara de una hazaña militar digna de honores y de gloria- de su accionar para interrumpir los servicios básicos de suministro de agua potable, electricidad, telecomunicaciones, saneamiento y combustibles.
El momento actual de barbarie desborda las fronteras de lo humano -las fronteras concebidas no en su acepción de nodo y espacio de interacción, sino como bordes o umbrales de transición-, ya que significa una ruptura con los principios y los códigos mínimos para la convivencia y para la conservación de relaciones sociales con un sentido ético para la propia existencia.
Pero quizá lo más deplorable es la proyección hegemónica de Israel como un modelo de sociedad civilizada y democrática, mientras en lo concreto se ejecutan crímenes de lesa humanidad con la complicidad explícita de los grandes poderes políticos y económicos del sistema- mundo (con el gobierno y el Estado profundo de los Estados Unidos de América en primer orden); la indolencia y el silencio casi unánime (salvo honrosas excepciones) de personajes de las artes y la industria cultural, así como de los deportistas más connotados e influyentes; gobiernos y de voceros políticos; y la dramática realidad de incapacidad de las instituciones de la comunidad internacional para intervenir.
En la Franja de Gaza no está en juego un asunto limítrofe, una controversia territorial común y corriente, o una disputa en el ámbito del derecho, tampoco una pugna religiosa o civilizatoria (tan conveniente para la justificación étnica o religiosa de esa guerra). Allí está en juego la propia existencia de la humanidad, no porque se pretenda asumir una posición esencialista o idealista del género humano, sino por el contrario, porque el materialismo histórico- geográfico nos enseña que la decadencia es una tendencia posible en el devenir de nuestra especie, y definitivamente las prácticas de guerra de Israel marcan un punto de inflexión de decadencia de los principios que rigen las relaciones entre los seres humanos (aún en las circunstancias más atroces como las guerras).
No se trata entonces de un asunto semántico, porque la barbarie de enviar misiles con un potencial destructivo superlativo en contra de una muchedumbre hacinada y sofocada; de sepultar cadáveres con tanques de guerra y con maquinaria pesada; de bombardear barrios de tugurios u hospitales en pleno funcionamiento con una fuerza aérea sofisticada y poderosa; y la jactancia repugnante de la dirigencia al celebrar estos crímenes; son acciones que están más allá de las fronteras de lo humanidad como construcción social e histórica cimentada en valores de fraternidad, y en un programa mínimo de derecho a la vida.
Estamos en el tránsito de un episodio crucial en la historia de la humanidad. La barbarie de Israel se puede convertir en otro hito de la abolición de facto del derecho internacional (tal y como sucedió con la invasión sobre Iraq por parte de los Estados Unidos de América, Reino Unido y España en 2002), todo un escenario de alto riesgo para el futuro de la humanidad.
Más allá del dolor y la frustración por la impotencia que sentimos ante los crímenes atroces que ejecuta Israel en contra de población civil, nos corresponde expresar nuestro repudio a esta guerra miserable y deshumanizante. Ese es el primer paso para sumar nuestro granito de arena a defender la existencia de la propia humanidad.
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